martes, 1 de octubre de 2013

Cuando el arte imita a la vida (y la vida imita al arte).


     En el año de 1998 se estrenó una película que hoy en día ya es considerada todo un clásico, tanto dentro del cine en general, como en el de ciencia ficción: El Show de Truman de Peter Weir.  En pocas palabras el filme muestra la supuesta idílica vida de Truman Burbank en el pueblito de Seahaven (hermoso sitio en el cual nunca pasa nada extraordinario y la mayor parte de la gente es amigable), a quien los inesperados giros del destino poco a poco lo hacen darse cuenta de que todo a su alrededor es una ilusión; esta duda frente a su existencia lo lleva a querer romper con el esquema preestablecido de lo que hasta ahora es su pequeño mundo, puesto que la verdad es que él es protagonista de un programa de televisión que gira en torno a su persona desde antes de su nacimiento y que es emitido en todo el mundo logrando las más altas sintonías en la historia de la pantalla chica.  No obstante el gestor de este “éxito”, hará todo lo posible por evitar que Truman descubra la verdad y con ello su mayor éxito se acabe.
    Dirigida con maestría por el veterano director australiano Peter Weir (responsable de verdaderas obras de arte como bien lo son El Año en que vivimos en Peligro, La Costa Mosquito, Sin Miedo a la Vida y Capitán de Mar y Tierra, entre muchas otras cintas de calidad), esta película bien se puede considerar como una obra perfecta en más de un sentido.  Apoyada además por un sólido guión de quien es responsable Andrew Niccol (quien por esta misma época en la que se hizo este largometraje, escribió y dirigió otro memorable trabajo del género que es Gataca), contó además con la sólida actuación reveladora del hasta entonces solo comediante Jim Carey; quien fuera otrora el caricaturesco detective de animales en Ace Ventura, en esta ocasión demostró con creces su versatilidad al incursionar por primera vez en el drama y al hacerlo tan bien fue nominado a varios premios (ganando algunos de estos como el Globo de Oro); todo gracias al carisma que le concedió a su personaje, quien fue representado como un hombre que dentro de su ingenuidad y dulzura, bien corresponde al arquetipo del ser humano en la búsqueda del conocimiento de si mismo y de lo que lo rodea.   Pero no solo la interpretación actoral de Carey logró brillar en la cinta, si no que también el desempeño hecho por todo el resto de los artistas que intervinieron en este filme, destacando Laura Linney, quien acá de la esposa de ficción de Truman, y la de Ed Harris, a cargo del complejo personaje de Cristoff, el creador del programa sobre la vida de Truman; fue así como ambos lograron acaparar la atención tanto de la crítica como del resto de la gente y a su vez conseguir sendas nominaciones a premios por su labor.
    Sobre el personaje a cargo de Laura Linney, bien se puede ver a dicho carácter como a una mujer que tal como el resto de quienes viven alrededor de Truman, pareciera alguien cordial: se la observa en una primera instancia como al ama de casa y esposa perfecta, hermosa y femenina, incluso complaciente, no obstante a lo largo del filme queda claro la falsedad de su careta y se evidencia su personalidad histérica y manipuladora.   Todas sus sonrisas, movimientos y acciones cumplen con el propósito de engañar al protagonista y de conseguir el beneplácito de los patrocinadores del programa: mientras conversa y se desplaza, realiza publicidad de sus productos, aprovechando la más mínima oportunidad dentro de la realidad ficcionada en la que se ve inmersa.
    Luego se encuentra el personaje de Christof, el creador del show en el que se ha transformado la vida de Truman y que en la película es interpretado por un actor poseedor de una gran filmografía, como lo es Ed Harris, quien las pocas veces en las que sale en la cinta, logra impresionar por la credibilidad que le da a su papel.  Su nombre es una clara reminiscencia a Cristo, el Hijo de Dios para la teología cristiana; así es como en esta historia es el dios de este pequeño mundo, siendo el responsable del devenir de los acontecimientos más importantes en la vida de Truman.  Tal como los dioses griegos y los de otras creencias, este Christof ve desde el cielo (en sus dependencias ubicadas en la altura del domo que cubre la falsa ciudad de Seahaven) cómo transcurre la existencia de quien se haya bajo su poder y cuando considera que es necesario, dictamina cual parca lo que le pasará a continuación al protagonista (mueve los hilos del guión preestablecido, que es para él la vida de Truman, a gusto de lo que quiere que suceda).  No obstante, quizás contra su propia voluntad, este “oscuro dios” ha llegado a amar a su manera a Truman y en más de una ocasión se le muestra con pequeños gestos de afecto hacia éste; luego hacia el poderoso clímax de la cinta, como salido de un episodio del Antiguo Testamento, Christof por primera vez se manifiesta de forma directa ante Truman y le habla desde su morada para instarlo a obedecerlo (no obstante su “hijo” se quiere independizar, pues ha optado por hacer uso de su libre albedrío y dejar de lado completamente el Paraíso terrenal ordenado y aséptico que le ofrece su “padre”).  Cabe destacar el hecho de que este personaje de apariencia intelectual, con su gorra de artista que acentúa su carácter de pequeño creador (o mejor, de demiurgo), en un principio iba a ser llevado a la pantalla por otro actor, pero por problemas con los productores y con el director, renunció y casi a manera de “parche” llegó Harris a tomar el papel (lo que al final fue toda una bendición, claro).
     Siguiendo con los simbolismos religiosos, cuando Truman comienza a “despertar” del engaño en el cual ha estado sumido desde su nacimiento, es a la edad de 30 años, la misma que tenía Jesús cuando comenzó la vida pública proclamando Su palabra durante su peregrinaje.  A su vez el nombre de Truman en sí es un juego de palabras en inglés, puesto que resulta ser la contracción de las palabras true y man, que respectivamente significan verdad y hombre; por lo cual él es el verdadero hombre en medio de un mundo que ciertamente no es tal, a su vez considerando su propia psicología y actuar a la hora de asumir sus decisiones para salir del “huevo” de la comodidad que es su realidad ficticia.
     Cuando Truman decide escapar para ir en busca de lo que para él es su ideal, como también su propia “Tierra Prometida”, la isla de Fidji, lo hace por mar, navegando.  Esta imagen de particular héroe en el que se ha convertido Truman, quien debe realizar un viaje “peligroso” hacia lo desconocido e ir más allá del mar, responde al ideario del océano como un simbolismo de la aventura y la esperanza; metáforas que tantas veces se han visto en la literatura, tal como en los textos del autor chileno Manuel Rojas y la tercera parte de la trilogía de Las Crónicas de Narnia de C. S. Lewis titulada La Travesía del Explorador del Amanecer (donde Dios y su hijo Aslan, Cristo representado alegóricamente en el león de estas novelas, viven más allá del mar) y muchas otras obras más. 
     Otras virtudes y/o características de este largometraje tan recomendable, resultan ser su cuidada fotografía y dirección de arte: así es como atendiendo a los planes de Christof para su obra, correspondiente al propio show de Truman, la ciudad en que vive es hermosa, limpia y ordenada; abundan el blanco y los tonos pasteles y la vestimenta de sus habitantes y las edificaciones parecieran haberse quedado anclados en unos idílicos años cincuenta del pasado siglo.  Por lo tanto la realidad se encuentra exagerada tal cual una pintura o una ilustración de un Estados Unidos de ensoñación, tema tan caro a tantos autores gringos.   Cabe destacar también el uso de humor para representar el drama que en las manos de otros artistas bien podría ser algo pesadillesco, más propio de las fantasías paranoicas de escritores como Phillip K. Dick o Kafka, quienes tantas veces mostraron en sus escritos las vidas de hombres enfrentados a invisibles poderes que controlan sus vidas; por esta razón el humor en una película de estas connotaciones no solo se agradece, si no que hace de la vida pautada de Truman algo que al hacernos reír o sonreír, nos lleve de la mano a la reflexión, ante lo absurdo que pueden ser nuestras propias vidas en los momentos más inesperados.   Por último, un gran aporte dentro de la obra integral que resulta ser este título, es su cuidada banda sonora, hecha en gran parte por Burkhart von Dallwitz, usando además temas previos del gran compositor Phillip Glass, quien también aportó para la banda sonora de este filme con partituras originales; a su vez se escogió agregar a las emotivas composiciones de los músicos mencionados, un bello tema de piano de Chopin y otro de Wojciech Kilar (es así como cada uno de estos temas, logra resaltar la emotividad en distintas escenas de la citada película).
     Y para terminar, no se puede obviar el recordatorio de que la ciencia ficción como género desde sus inicios, se ha adelantado al curso de las cosas en la vida real, anticipando muchos aspectos que hoy en día forman parte de nuestra cotidianeidad.  Es así como en el caso concreto de El Show de Truman, esta obra vaticinó la fiebre de los hoy llamados reality shows, al convertir la vida de un sujeto normal en un espectáculo y ser ésta seguida por millones a través de la televisión.  El filme en sí muestra cómo gente a lo largo del mundo vive pendiente de lo que pasa con Truman, convirtiéndose sus experiencias en la razón de ser de muchos de los espectadores o en una parte fundamental de sus propias vidas, ya que el público ocupa gran parte de sus horas en ver qué está pasando con el mismísimo Truman.  Este interés que cae en el escapismo y la morbosidad de gran parte de los telespectadores, en la actualidad es pan de cada día con tanto programa de este estilo; por ende, esta fantasía estrenada en 1998, fue a pocos años con anterioridad a su futuro, una profecía acerca de la falta de aventura propia de mucha gente, que hoy en día vive pendiente de lo que le pasa a quienes se han ofrecido para convertir su existencia en algo público.


 

2 comentarios:

  1. Elwin, debo decirte que este artículo tuyo me ha parecido el análisis de "El show de Truman" más completo y acertado que he leído hasta el momento.

    Recuerdo cuando se estrenó, los comentarios más habituales en mi entorno eran "pues no me he reído tanto", "pues no es tan divertida", todos en la línea de considerarla una simple comedia, tal vez por la trayectoria de Jim Carrey se esperaban otra "Ace Ventura" o "Dos tontos muy tontos".

    Aunque para mí era mucho más, y coincido en tus diferentes exposiciones. Por una parte la ví como una crítica a los medios de comunicación y a la incipiente (por entonces) telerrealidad, y cómo es capaz de saltarse cualquier límite ético con tal de conseguir audiencia. Por otra parte, el proceso por el cual Truman va descubriendo que vive en una mentira (algo comparable con el mito de la caverna de Platón) es hilarante y a la vez triste (el momento que la "estrella" Antares casi le cae encima me quedó marcado por lo ocurrente): y en verdad, pese a ser una comedia, tanto Truman como el resto de personajes mueven a la compasión.

    Lo que desconocía es que la elección de Ed Harris fue accidental, y lo cierto es que está sobresaliente en el papel de "creador" de Truman. Has llamado mi atención sobre el carácter religiosos de su figura, así como sobre los epítetos (Cristof, True-Man) que se me habían pasado por alto por completo.

    En mi opinión, es una película que envejecerá muy bien y seguramente con el tiempo se reivindicará. Bueno, como siempre me extiendo mucho. Un saludo amigo Elwin, y enhorabuena de nuevo por tu estupendo artículo.

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    1. Querido amigo, nunca me es tedioso te extiendas en tus comentarios, al contrario, ello me agrada y honra, puesto que al desarrollar una idea con respecto a algo que haya escrito, completas cualquier cosa que pudo írseme tras lo escrito.

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