lunes, 5 de diciembre de 2016

El Realismo Mágico llega a la Pampa Chilena.


     Durante el transcurso del año 2008, el ya consagrado escritor chileno Hernán Rivera Letelier publicó su novena novela titulada Mi Nombre es Malarrosa.  Pues como es habitual en su literatura, volvió a retratar el desaparecido mundo de las pampas salitreras de principios del siglo pasado, ubicando su argumento en los años cuando comenzaron a cerrarse estas comunidades tras la creación del salitre sintético; no obstante tal como queda detallado en la trama de este hermoso libro, sus habitantes y sociedad siguieron con su vida hasta que el sistema no pudo más y al final no les quedó otra que emigrar; de este modo una parte importante de la historia nacional, quedó fijada para siempre en esas áridas tierras pobladas por gente esforzada y maravillosa y la que gracias al trabajo de artistas como Rivera Letelier podemos llegar a conocer mejor.  Por otro lado, significativo viene a ser que en esta ocasión, el escritor hace uso del realismo mágico para contarnos la crónica de sus personajes, a través de la presencia de pequeños detalles sobrenaturales en la vida cotidiana y la que estos toman como algo normal dentro de sus vidas (características propias de este subgénero, que tiene entre sus máximos exponentes a Gabriel García Márquez y a Isabel Allende).
      De rápida lectura y de extensión breve como muchos de sus trabajos (no alcanza a llegar a las trescientas páginas), se trata de una obra en la que el drama y el humor se conjugan una vez más, a la par de personajes entrañables descritos con verdadero amor de su autor hacia ellos, quien sin duda los hace creíbles y queribles para el lector pese a sus debilidades.  Además una vez más nos encontramos con el tema de la chilenidad, caro a nuestra literatura, por cuanto no solo se habla acá de una parte relevante de nuestro pasado como pueblo, mencionándose personajes históricos y hechos precisos de la historia nacional, sino que el mismo lenguaje empleado en los diálogos sirve como identificación de la idiosincrasia patria (en cuanto a los términos coloquiales usados acá); de igual modo las costumbres quedan de manifiesto en las páginas de este librito que en más de una ocasión nos regala momentos inolvidables.

      “Y es que Saladino Robles, desde niño, jugara a lo que jugara, perdía: a las chapitas, a las bolitas, al volantín, a lo que fuera, siempre, indefectiblemente, terminaba perdiendo. Tanta era su mala pata que, ya de adulto, la primera vez que se decidió a dejar el juego (cuando conoció, se enamoró y se casó con su difunta esposa) para entrar a trabajar honradamente en la oficina San Gregorio, apenas alcanzó a durar cuatro años y ocurrió lo de la matanza. No quería aceptar lo que decía Oliverio Trébol sobre que la mala suerte, lo mismo que la buena, viene como un lunar de nacimiento.
       «Y no se quita ni con lejía, amigo Salado».
       Después se enteró de que la mayoría de los jugadores profesionales llevaban encima un talismán, o amuleto, o fetiche, algo para atraer la buena suerte. Entonces probó con varios. Primero se consiguió una pata de conejo que era lo más conocido. Y no dio resultado. Después ensayó con una imagen de San Constancio (por eso de que «el que la sigue la consigue»). Y tampoco. Aconsejado por un viejo minero, probó con una piedra de pirita. Fue en vano. Una vez encontró en el desierto una vainilla de bala de fusil de la guerra del 79, y alguien le insinuó que se la colgara al cuello como escapulario. Pero la bala, al parecer, era de los que perdieron la guerra. Y no hubo caso. En las mesas de las cantinas se le oía quejarse de que él no había «nacido parado», como se decía de los suertudos”. [1]
       Tal como dice su nombre, la narración trata acera de Malarrosa, una niña muy singular que por circunstancias fortuitas llegó a llamarse así, lo cual podría decirse que definió su vida como se suponen hacen los nombres.  La chica tras conocer la desgracia a muy temprana edad (la espantosa matanza de obreros de la oficina San Gregorio, a manos de los soldados mandados por el mismo Presidente al que la gente del pueblo llevó al poder creyendo sus mentiras, Arturo Alessandri Palma, la muerte temprana en su vida de su madre y la presencia o ausencia de un padre obsesionado con los juegos de cartas y alcohólico), se ha vuelto una personita callada y muy inteligente; posee además un don muy especial, el de maquillar a muertos y vivos de manera sobresaliente, además sabe escuchar como muy pocos lo hacen.  Por otro lado, pese al pusilánime de progenitor que tiene, esta lo adora y a lo largo de la novela vemos cómo su amor por él dignifica a ambos y a otros que tienen la suerte de conocerla.
      Paralelo a la figura de la pequeña, nos encontramos con otros dos personajes que comparten el protagonismo y cuyas vidas están unidas: el primero de esto dos viene a ser el mismo padre de Malarrrosa, Saladino Robles, un hombre cuya existencia fue la de un perdedor y alfeñique que no valía nada, hasta que la afortunada intervención de su cría lo rescata de su destino de perdedor, ya que le regala un objeto prodigioso que lo lleva a convertirse en uno de los mejores jugadores de baraja de los que se haya tenido noticia.
     Luego está el mejor amigo de Saladino, el hombre con alma de niño y de gran nobleza Oliverio Trébol, hábil boxeador bastante cotizado por los adictos  a este sangriento deporte y a quien Malarrosa ama en secreto como a su enamorado platónico.  De físico imponente y la cara picada de viruelas, Oliverio quiere casi como a una hija a la chiquilla y la protege con su corazón, al igual que a su padre.  Por otro lado, este tipo llega a ser de esos que se enamoran hasta la médula, hasta que los hechos fortuitos lo hacen conocer a quien sería su amor más valioso, desde que tal como cuenta la narración, inició su pasión por ciertas mujeres a muy temprana edad.
Hernán Rivera Letelier.
     Pero no solo es este trío el que destaca en la novela, pues hay otros personajes que acaparan la atención de uno, como lo son la anciana que regenta el único colegio de Yungay, la señorita Isolina del Carmen Orozco Valverde, una de esas profesoras que creía en la pedagogía de “La letra con sangre entra” y de esas católicas viejas; pues esta pese a su personalidad seca, también adora a Malarrrosa y el sentimiento le es correspondido.
     Luego nos encontramos con un personaje que llega de manera inesperada al pueblo y a la atención del lector, el homosexual afeminado y transformista Morgano, quien llega a trabajar en uno de los dos prostíbulos que habían en Yungay, bajo el nombre artístico de Morgana la Flor Azul del Desierto; pues este cobra gran fama y éxito con su show de charlestón.  Al principio cuando se introduce a Morgano, llama la atención la supuesta homofobia con la cual el narrador se refiere a este con palabras, que hoy en día no son consideradas como políticamente correctas, tales como maricón y otras aún más despectivas; no obstante hay que contextualizar el vocabulario, pues se trata de una época en la cual aún no había aparecido los vocablos de gay y LGTB, cuando aún habían muchos prejuicios respecto a las minorías sexuales y faltaba aún mucho para eso del orgullo gay (bueno, para ser sinceros todavía quedan algunos, pero en menor medida).  No obstante pese a su rol tan estereotipado, Morgano se vuelve alguien querido entre quienes lo rodean y hasta da pie para una historia de amor que nadie se la veía venir.

      “El único respiro que se dieron los jugadores esa noche fue para asomarse a ver la actuación de Morgano. El salón principal estaba repleto. A la hora del espectáculo, el maricueca fue anunciado con el rimbombante nombre artístico de ¡Morgana, la Flor Azul del Desierto! Entonces, se apagaron las luces. Los hombres, como siempre ocurría en tales circunstancias, comenzaron a gritar, a golpear las mesas y a hacer escándalo.
Cuando se iluminó el escenario y apareció lo que apareció, fue apoteósico. Ninguno podía creer lo que veía. A nadie le entraba en la cabeza que esa maravilla que fulguraba ahí arriba fuera el mismo marica sin gracia que minutos antes se paseaba entre las mesas acarreando copas y botellas. La transfiguración era total. El sol que destellaba sobre el escenario era una mujer protuberante, sensual, bellísima: lucía una peluca plateada que le llovía sobre los hombros como una cascada de champagne, calzaba unos delicadísimos zapatos tacos de aguja que estilizaban y realzaban aún más su figura, y vestía un traje de terciopelo azul, constelado de lentejuelas, que se amoldaba a un cuerpo largo, delgado y sinuoso, como de serpiente. Apareció fumando en una larga boquilla de cristal, refulgiendo un tintineante ornamento de aretes, collares y pulseras. Sin música, en medio de un silencio casi de iglesia, con los hombres contemplándola con la boca abierta y los ojos de orate, se paseó por el escenario cimbreando sus caderas redondas, batiendo sus pestañas como abanicos y lanzando miradas que hacían ulular de ardor a los asistentes. Sin dejar de fumar y soplar besos con su boca roja, húmeda, acorazonada, se paseó un instante de un lado al otro del proscenio, se paseó con la confianza de un mago mostrando las mangas y el sombrero: nada por aquí, nada por acá; aquí no hay trucos ni engaños, todo lo que ven es auténtico, real, efectivo. Y, en verdad, allí no había ningún pelo de hombre, ningún órgano de varón, ningún olor a macho, sólo una mujer, una bella y legítima mujer, o el espejismo de la más bella hembra que ojos de pampino habían visto jamás por estas comarcas de desolación, se lo juro, paisita, por las recrestas”.

     También dentro de los curiosos personajes que aquí pululan, se pueden mencionar al excéntrico fabricante de ataúdes don Uldorico, un callado hombre que siempre anda vestido de oscuro y llevando una huincha para medir a sus futuros clientes; a su vez está Rosalino del Valle, más conocido como el Vendedor de Pájaros (a quien luego le haría el autor su propia novela en 2014 y llamada justamente El Vendedor de Pájaros), un sujeto que llega a la pampa cargado con sus jaulas, en las que trae a sus aves de varias razas y colores para venderlas a quien se  interese por ellas; e Imperio Zenobia, la dueña del Poncho Roto, el último prostíbulo que cierra en Yungay, quien trata a sus empleadas como hijas  y es el alma de la vida social del pueblo.  Por supuesto que hay otros que podría poner en esta lista, no obstante dejo al posible futuro lector que los vaya descubriendo por su cuenta, para que no pierda el placer de la novedad.
     La matrona mencionada arriba, nos trae la presencia de las prostitutas, tan destacadas en la narrativa de Rivera Letelier desde el título que le dio la celebridad en Chile y el extranjero: La Reina Isabel cantaba Rancheras (1994); de hecho, esta famosa meretriz es mencionada casi al final del texto.  Pues acá nos volvemos a encontrar con la puta de buen corazón y que en el caso de las aparecidas en esta obra, resultan ser mujeres que dan una alegría a los sacrificados mineros del salitre que vas más allá del hecho del plano erótico; es así que en esta faceta tan humana y cordial suya, muchas de estas se hacen grandes amigas de Malarrosa, a quien acogen sin vacilaciones, incluyendo la misma regenta del lupanar.
      Muy relacionado con el mundo de la prostitución, aparece el tema de la sexualidad y que toma un cariz imprevisto en Malarrosa, quien a sus jóvenes trece años posee una figura y una belleza que ya algunos admiran y desean.  Es cuando el libro se pone algo “polémico” en términos más conservadores, pues en determinado momento de la narración la chica toma conciencia de esta faceta suya y decide sacar provecho de ello; pues bien, esto contrasta con la imagen angelical que en un principio nos dan de ella, una luz de esperanza para su padre y su querido Oliverio y que forma parte de su naturaleza de alguien extraordinario.
        Un simbolismo bastante recurrente a largo de esta historia, viene a ser la idea del espejismo, no tanto como algo engañoso, sino que como algo incorpóreo y pasajero.  Pues en repetidas ocasiones Malarrosa percibe desde su atenta mirada, esta cualidad del mundo en que vive, algo que nosotros como lectores cultos del siglo XXI tenemos claro que tiene sus días contados y que la belleza de esas tierras áridas que representa toda su gente, pronto ya no tendrá cabida.  Espejismo es Morgano que siendo hombre se convierte en la falsa mujer, una de las más deseadas de toda la pampa; espejismo es también la propia Malarrosa, que obligada por su padre viste como niño para que no la miren más de la cuenta; otro espejismo es la imagen de vida que otorga la niña a los muertos que maquilla; y espejismo es por igual Saladino, quien poco a poco va convirtiéndose o disfrazándose del hombre al que le robó su suerte.

        “Y eso mismito era Yungay: un espejismo aparecido en lo más duro del desierto de Atacama, producto de la ambición desmedida de un general llamado José María Pinto Pereira, quien a principios de siglo pidió esos terrenos al gobierno como una manifestación minera”.

      “«Don Lucindo dice que quieren hacernos creer a nosotros mismos, los sobrevivientes, que somos el espejismo de un espejismo», dijo formal el niño. «Que por eso la gente se niega a llamar Renacimiento a la oficina y sigue nombrándola San Gregorio, como una forma de demostrar a los asesinos que nadie se ha olvidado de los caídos»

      Una vez que llegamos al precioso final, que podríamos tildar de agridulce, se nos regala un breve epílogo (y que en mi caso no fue de mi gusto, pues hubiese preferido que el escritor hubiese dejado todo como estaba antes de leerlo) y que de igual modo juega con esta idea del espejismo, ya que lo que acá se cuenta no queda claro de si es real o solo es un rumor.  Es así que queda a cada uno decidir cuál fue el verdadero destino de Malarrosa.




[1] Marco en negrita las palabras y/o expresiones  propias del español de Chile.


Preciosa portada de una edición extranjera.

2 comentarios:

  1. Qué bueno que volvieses sobre la obra de Rivera Letelier, Elwin. Hace tiempo que no leo una novela suya, pero espero retomarlo pronto.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegra mucho, amigo Tomás, que hayas leído este post y que cuando lo escribía me hizo acordarme mucho de ti (pues sé muy bien cuánto te gusta este autor).

      Eliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...